La historia de Anna y Pedro
Anna y Pedro, padres de dos adolescentes de 13 y 16 años, llegaron a nuestra consulta con una sensación compartida: “Ya no nos escuchan, todo son discusiones, sentimos que hemos perdido el control en casa”.
Las rutinas familiares estaban marcadas por las pantallas, la falta de comunicación y un clima de tensión constante. Ambos reconocían que, por cansancio, muchas veces habían cedido en normas importantes o habían reaccionado con gritos, lo que terminaba debilitando aún más su autoridad.
El punto de inflexión
Durante el proceso, comprendieron algo fundamental: la autoridad no se impone a la fuerza, se gana con coherencia y ejemplo. En lugar de centrarse únicamente en “corregir” a sus hijos, empezaron a trabajar en ellos mismos como referentes.
Anna lo resumió así:
“Me di cuenta de que pedía respeto, pero yo misma levantaba la voz. Quería que dejaran el móvil en la mesa, pero yo respondía mensajes de trabajo mientras cenábamos. No podía exigir lo que yo no estaba cumpliendo”.
Los pasos del cambio
Junto con ellos, definimos algunas acciones concretas:
- Tiempo en familia sin interrupciones
Se establecieron dos noches a la semana para cenar juntos sin pantallas. Al inicio fue difícil, pero poco a poco las conversaciones empezaron a fluir. - Reglas claras y cumplidas
Decidieron fijar límites simples (horarios de uso del móvil, responsabilidades en casa) y, lo más importante, mantenerse firmes y coherentes al aplicarlos. - Comunicación desde la escucha
Antes de imponer soluciones, comenzaron a preguntar más y escuchar activamente. Pedro lo cuenta así:
“Cuando dejé de sermonear y empecé a preguntar ‘¿cómo te sientes?’ descubrí un mundo que no había escuchado antes de mis hijos”. - Educar con el ejemplo
Tanto Ana como Pedro se comprometieron a modelar las conductas que querían transmitir: respeto en el trato, hábitos saludables y cumplimiento de acuerdos.
El resultado
Después de unos meses, la familia notó un cambio palpable. Las discusiones se redujeron, los adolescentes comenzaron a confiar más en sus padres y, poco a poco, reconocieron en ellos una guía firme pero cercana.
Anna lo expresó con emoción:
“Hoy siento que mis hijos nos ven como referentes otra vez. No porque tengamos todas las respuestas, sino porque nos ven vivir de la manera que intentamos enseñarles”.



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